viernes, 24 de junio de 2011

Ramón Guillermo Aveledo: Los límites del proceso



http://www.lapatilla.com
junio 18, 2011


Cuando el gobierno tiene una buena idea, sus prejuicios le impiden realizarla, porque la fantasía ideológica lo obliga a demostrar un falso diagnóstico antes que ofrecer resultados, y la feroz concentración de poder personal no deja que las cosas se organicen, los planes se diseñen y los pasos se cumplan.

El proceso se auto sabotea. Esa es la verdad. Se auto sabotea con sus ideas viejas y fracasadas, con su incompetencia galopante y con su constante improvisación impulsada por ese reino de la orden y la contraorden que es Miraflores.

Pero como ocurre con las mentalidades inmaduras que siempre necesitan echarle la culpa a los demás de sus fallas, anda inventando excusas para explicar por qué no hace lo que dijo que iba a hacer. Uno de los pretextos más socorridos es la conspiración. Oscuras fuerzas traman desde el imperio y con la complicidad local de traidores apátridas, ponen piedras en el camino revolucionario. Por eso el hampa hace lo que le provoca, es fruto de la diabólica combinación imperio-oposición-medios. Elementos antinacionales se dejan asaltar con tal de atacar al proceso.

La inflación, que incluso el camarada Evo Morales ha logrado mantener bajo control, aquí es fruto de las maniobras especulativas. Los apagones, cada vez más frecuentes, son obra de acciones de sabotaje, lo mismo que los accidentes en la industria petrolera desprofesionalizada, y las enfermedades no aparecen por los errores y omisiones de la improvisación sanitaria, sino por tácticas de guerra bacteriológica.

Cuando uno dice que una buena idea puede tragársela el tremedal de ideología, prejuicio y personalismo, tiene un buen ejemplo en los consejos comunales. Que la población participe más. Que las comunidades organizadas tengan más poder de decisión y acceso a los recursos para ejecutarlas es un principio democrático y de progreso correcto que, bien desarrollado, puede dar resultados muy beneficiosos para la sociedad.

Pero en lugar de promover los consejos comunales como un canal de participación limpio y libre, el gobierno los concibe como un modo de dominación. Inventa un “Estado Comunal” que como no está en la Constitución va formándose con base en la arbitrariedad. Los usa para debilitar a los gobiernos municipales y estadales que son órganos de poder descentralizado y democrático del pueblo. Centraliza el control comunal en el Ejecutivo, así que el nombre de “poder popular” es propaganda vacía. Se apropia de recursos de gobernaciones y alcaldías con la excusa del poder popular, pero a este le deja las migajas, mientras la parte gorda la gasta el gobierno como le provoca y en lo que le provoca.

La promesa, pasado el tiempo, va convirtiéndose en frustración. Porque no era verdad. Pero además se discrimina a los consejos comunales que no están alineados con la posición política oficialista, los ignora, les demora el reconocimiento. Por eso se ha constituido un Frente Nacional de consejos comunales Excluidos. Esa discriminación no es casual, está en el diseño, en el proyecto.

“En ninguna ley aparece escrito que los consejos comunales tienen que ser rojos-rojitos” advierte Martín Hernández Bracho, coordinador del Consejo Comunal del casco histórico petareño, perito comunal egresado de la UNEFA. Es partidario del proceso y, como tal, concede el beneficio de la duda y explica los errores del Presidente. Pero reclama que “El Ministerio de las Comunas no promueve la participación de todos”.

Una idea buena se pervierte, cuando se la quiere usar para otros fines. Fines disimulados de control social. Fines implícitos de desconfianza en el pueblo, en nombre del poder para el pueblo. Porque lo que llaman “socialismo del siglo XXI”, que repite los peores errores del socialismo real, lo mismo que el nazismo y el fascismo, es vertical, nunca horizontal.

Saque la cuenta. Planes para la construcción de viviendas, escuelas bolivarianas, planes de empleo, misiones, planes de producción agrícola. Todo acaba teniendo el mismo destino. El proceso puede pronunciar las palabras más bonitas, pero está inevitablemente limitado a la hora de hacerlas realidad.

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