viernes, 22 de julio de 2011

Programa mínimo

HUMBERTO VILLASMIL PRIETO | EL UNIVERSAL
jueves 21 de julio de 2011


Los lectores que me dispensan el honor de seguirme podrán pensar que yerro el foco de lo que pragmáticamente se impone: total, de tantas candidaturas postuladas y de las que se sospecha se presentarán en un futuro, quizás se concluya que nada demasiado anormal o grave ocurre entre nosotros. Que lo que hemos transitado durante este larguísimo período, sectario y excluyente como acaso nunca antes en nuestra historia republicana, no deja de ser un mal gobierno que se superará llegado el momento. Hablo del país opositor porque esta disyuntiva para el mundo oficial parece no existir, empeñado como lo está en convencer y en convencerse de que el "comandante presidente" es insustituible.

Quizás llevamos tiempo "pateando el tarro hacia adelante", como dirían en "Tiquicia", mi segunda patria, en lo que se refiere a definir la naturaleza del régimen. Porque como decía el inolvidable Eudomar Santos, quien sin saberlo teorizaba sobre una ética social del azar, "como vaya viniendo vamos viendo", en cuya lógica eso de la "hoja de ruta" es algo aburridísimo que es mejor dejar a unos pocos académicos dispuestos a perder el tiempo. No importa que los países más prósperos del mundo llegaran a serlo, levantándose incluso desde la desolación de la guerra, por haber convocado a sus sociedades a coincidir en un programa y a empujar mayoritariamente en un mismo sentido; eso puede esperar porque nosotros somos diferentes, como aquel slogan del franquismo decía, "Spain is diferent", y vaya que lo era entonces.

Creo que una de las claves de este tiempo se explicará desde el desacuerdo, explícito o al menos implícito, sobre la naturaleza del régimen chavista: un modelo autoritario, militarista, que ha ido cerrando los espacios de autonomía -de lo privado y de lo público- para lo cual se sirvió de una hoja de ruta que ha venido siguiendo paso a paso: concentración del poder en el Ejecutivo y abrogación de la división de poderes, personalización del poder, criminalización de la disidencia y de la protesta social, lo que empezó afectando la libertad de expresión, siguió con los derechos políticos, dirigentes inhabilitados por decisión de un órgano administrativo y sin sentencia judicial firme, presos políticos y desterrados, etc., hasta limitar la libertad sindical, entre otras libertades públicas.

Cada vez que se justifica la ocasión me complacerá repetir, juicio que no oculta mi admiración y gratitud como lector, que la más lúcida definición del presente venezolano la dio un escritor nicaragüense, Sergio Ramírez Mercado, quien apartándose de lugares comunes sostuvo lo obvio: que Venezuela está dividida de arriba a abajo y no por la mitad, como buena parte de la "izquierda caviar" ha defendido del modo más simple y banal, juicio desde el que el chavismo simboliza una experiencia revolucionaria a favor de los pobres y más necesitados, gobierno acosado por una oligarquía insensible empeñada en derrocarlo. Así, obvio resulta, solo en el mundo oficial hay pueblo y, el resto, son apátridas a quienes a cada rato se les invitó a dejar el país.

Este escribiente se halla entre quienes desde muy distintos sectores reclaman un gobierno de unidad nacional que acometa la titánica tarea de reconciliar y de propiciar el reencuentro de un país dividido hasta los tuétanos. De los que propician una transición que, como tal, no hay necesidad de hacer con los nuestros sino con los otros: esa es su dificultad pero, al mismo tiempo, será la media de su reconocimiento.

Ese gobierno de reconciliación debe asumir un programa mínimo, mínimo por lo que hace a un juicio político crucial, priorizar aquello que debe serlo, intentado convocar al país a ponerse detrás de él. Programa mínimo y por ello mismo imprescindible para la reinstitucionalización de Venezuela, lo que no será posible sin hacer lo propio con las relaciones laborales del país. Ello supone, pienso, seis puntos básicos en esta materia: a) respeto de la libertad sindical en todas sus manifestaciones, lo que incluye, decididamente, el derecho a la pluralidad y a que todos los sectores del espectro ideológico sindical puedan organizarse, como a bien lo estimen, incluyendo obviamente el derecho de fundar nuevas centrales o sindicatos de tercer grado, fusionarse las ya existentes, el derecho de elegir libremente sus autoridades, sin injerencia del poder electoral (CNE), el cese de la discriminación antisindical en cualquier sentido, etc.; b) encarar la solución de las consecuencias del despido colectivo de miles de trabajadores de la industria petrolera nacional, lo que se hizo en su día violentando las más elementales reglas del proceso debido y con consecuencias personales y familiares que dibujaron una de las páginas más oscuras de las relaciones laborales venezolanas de cualquier tiempo; c) relanzamiento del diálogo social, lo que supone el reconocimiento de sujetos colectivos plurales y, por lo tanto, con diferencias legitimas respecto de la valoración que el actual régimen les suponga; d) actualización y renegociación de los convenios colectivos de trabajo del sector público; e) reforma de la Ley Orgánica del Trabajo y de la siempre pospuesta Seguridad Social Integral, en el marco de un ejercicio efectivo de diálogo social; y, last but no least, f) la lucha contra las formas fraudulentas de tercerización encarando y corrigiendo, de entrada, el recurso masivo que ha hecho el sector público de esas formas de empleo que, con frecuencia, terminan por arrojar trabajos a todas luces desprotegidos.

Más temprano que tarde tendremos que hablar de programa. Ojalá hubiésemos aprendido por fin a vencer la seducción por el carisma, ese rasgo definidor, entre otros, de la anti política, que fue lo que nos trajo hasta aquí, aunque muchos todavía no caigan en cuenta de ello.

hvillasmilprieto@gmail.com

http://www.eluniversal.com/2011/07/21/programa-minimo.shtml

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